Ciencia, censura y fórmulas matemáticas: el caso Hill y Tabachnikov

La historia de la ciencia está llena de debates apasionados, polémicas encendidas y descubrimientos que han generado tanto admiración como rechazo. Sin embargo, en los últimos años, el mundo académico se ha visto envuelto en una nueva clase de conflicto: el choque entre la libertad de investigación y las largas manazas de la política. Un caso paradigmático de este fenómeno es el de los matemáticos Theodore Hill y Sergei Tabachnikov, cuyo intento de publicar un artículo sobre la Hipótesis de la Mayor Variabilidad Masculina desató una tormenta que ha puesto en cuestión la libertad para el debate intelectual.

El trasfondo de la polémica

La Hipótesis de la Mayor Variabilidad Masculina no es nueva. Fue propuesta inicialmente por Charles Darwin y postula que los hombres tienden a mostrar una mayor variabilidad en ciertas características que las mujeres. Esto ni es bueno, ni malo, ni mejor, ni peor, es una hipótesis basada en observaciones y en ciencia se intenta comprobar si una hipótesis es o no adecuada. No hay más trasfondo ni política, simple materialismo. En términos simples, esta hipótesis significa que, si bien los promedios de muchas habilidades pueden ser similares entre ambos sexos, los hombres serían más propensos a ocupar tanto los extremos superiores como los inferiores de la distribución. Este fenómeno ha sido citado como una posible explicación para la sobrerrepresentación masculina en logros excepcionales como premios Nobel, pero también en situaciones de marginación extrema, como la indigencia o la extrema violencia.

Hill y Tabachnikov, intrigados por esta idea, decidieron abordarla desde un ángulo matemático, desarrollando un modelo teórico que buscaba proporcionar una base estadística para la hipótesis. Su trabajo fue inicialmente aceptado para su publicación en The Mathematical Intelligencer, una revista académica que se ha caracterizado por su disposición a explorar temas controvertidos.

De la aceptación al rechazo: el camino de una publicación frustrada

Lo que parecía ser un proceso académico estándar pronto se convirtió en un campo de batalla. La editora en jefe de The Mathematical Intelligencer, Marjorie Wikler Senechal, aceptó inicialmente el artículo de Hill y Tabachnikov con la intención de fomentar el debate sobre el tema. Sin embargo, la noticia de su próxima publicación generó una fuerte reacción dentro de ciertos sectores académicos, particularmente entre grupos de matemáticas feministas y otros colectivos que consideraban que el artículo reforzaba narrativas discriminatorias. Las críticas no se hicieron esperar. La organización "Women in Mathematics" de la Universidad de Pensilvania expresó su descontento, y la Fundación Nacional de Ciencias (NSF), que había financiado parte de la investigación de los autores, pidió explícitamente que su mención fuera eliminada de los agradecimientos del artículo. A raíz de esta presión, la editora de la revista optó por retractarse de su decisión y revocó la publicación del artículo antes de que viera la luz. Hablando en castizo, se rajó.

Hill, decidido a no rendirse, envió el artículo a la New York Journal of Mathematics, donde fue aceptado y publicado brevemente. Sin embargo, en un giro aún más desconcertante, el artículo fue eliminado del sitio web de la revista poco después, sin que se ofreciera una explicación clara. Si alguien se quiere leer el artículo, y no morir en el intento, lo puede hacer aquí.

¿Ciencia o censura?

Este incidente provocó un debate más amplio sobre la libertad académica y los límites del discurso científico. Para algunos, la retirada del artículo de dos revistas distintas constituía un acto de censura motivado por una corrección política desmedida. Según esta perspectiva, la ciencia debería ser un espacio en el que cualquier hipótesis pueda ser explorada y debatida sin temor a represalias ideológicas. El hecho de que el trabajo de Hill y Tabachnikov fuera eliminado de la discusión académica no por errores metodológicos evidentes, sino por su posible impacto social, es visto como una señal preocupante de que ciertas ideas son consideradas tabú, independientemente de su validez científica. Lo cual sería negar la realidad, el materialismo físico, el materialismo biológico, es decir una enfermedad que afecta a mucha gente hoy en día: la negación de los hechos.

Por otro lado, los críticos del artículo argumentan que la investigación de Hill y Tabachnikov no aportaba evidencia empírica nueva, sino que se limitaba a modelar una hipótesis discutida durante más de un siglo. Bien, perfecto, se publica y se discute, nada nuevo en ciencia. Además, señalaban que la publicación de un trabajo de este tipo en revistas matemáticas, sin el debido respaldo en disciplinas como la biología o la psicología, podría contribuir a la perpetuación de estereotipos de género sin un sustento sólido. En este sentido, sostienen que las revistas académicas tienen el derecho (e incluso la responsabilidad) de rechazar investigaciones que puedan ser utilizadas para justificar desigualdades. Esto último no tendría lógica, ya que la ciencia describe la realidad e intenta explicarla, le guste o no a una parte o a toda la sociedad.

Ciencia y censura. Totalmente incompatibles.

El caso de Hill y Tabachnikov nos plantea preguntas fundamentales sobre el papel de la ciencia en la sociedad actual. ¿Debe la comunidad académica permitir la libre discusión de cualquier idea, independientemente de su posible impacto social? ¿O existe una responsabilidad ética que justifica la autocensura de ciertas investigaciones para evitar interpretaciones problemáticas? Si aceptamos esto último, retrocederíamos siglos, a un pasado en el que la "verdad" era determinada por unas élites, y cuidado con aquella persona que intentará demostrar el error de esa "verdad"....

En la historia de la ciencia, muchas ideas que en su momento fueron consideradas inaceptables o polémicas terminaron siendo aceptadas con el tiempo, mientras que otras fueron descartadas por falta de evidencia. La clave de este proceso no ha sido la censura, sino el escrutinio riguroso basado en datos y argumentos racionales. Si permitimos que consideraciones externas al ámbito científico dicten qué puede y qué no puede ser investigado, corremos el riesgo de socavar la credibilidad del conocimiento mismo. En última instancia, la verdadera fortaleza de la ciencia radica en su capacidad de enfrentar preguntas difíciles y debatirlas con rigor y apertura.

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