Para comprender por qué el horror nazi perdura en la conciencia colectiva, es fundamental analizar no solo las acciones de sus líderes, sino también la compleja red de complicidades que facilitó su ascenso y permanencia en el poder. En este contexto, la obra "Creían que eran libres. Los alemanes 1933-45" de Milton Mayer es un documento excepcional. Su propósito no era estudiar a la élite nazi, sino entender a quienes, desde la cotidianidad, respaldaron y permitieron la consolidación del régimen. Publicado originalmente con dificultades, este libro explora la mentalidad de diez ciudadanos alemanes comunes que fueron miembros del Partido Nacionalsocialista, ofreciendo una perspectiva íntima y perturbadora sobre cómo una sociedad entera pudo deslizarse hacia la barbarie.
Para valorar la profundidad de la investigación de Mayer y la relevancia de sus hallazgos, es esencial situar la obra en su contexto histórico: un periodo de fragilidad institucional y desesperada búsqueda de estabilidad tras las devastadoras secuelas de la Primera Guerra Mundial. La República de Weimar, asolada por crisis económicas, desempleo, huelgas y una inflación descontrolada, generó el caldo de cultivo perfecto para el auge del nacionalsocialismo, que prometía orden y recuperación. El miedo al comunismo también desempeñó un papel clave, hábilmente explotado por Hitler, quien incluso permitió la participación de los comunistas en las elecciones para debilitar a los socialdemócratas. En este ambiente de incertidumbre y temor, la propaganda nazi encontró terreno fértil, atribuyendo a los judíos la responsabilidad de los males de Alemania y prometiendo restaurar el orgullo nacional tras la humillante derrota en la Gran Guerra. La llegada de Hitler al poder marcó un punto de inflexión: muchos alemanes, buscando soluciones inmediatas a sus problemas, depositaron su confianza en un régimen que, poco a poco, erosionó las libertades individuales.La investigación de Mayer se sitúa en la posguerra, en 1951, cuando el periodista estadounidense se instaló en una pequeña ciudad alemana con la obsesión de entender el nazismo no solo como la tiranía de unos pocos, sino como un fenómeno de masas. Su objetivo era desentrañar cómo tantos ciudadanos alemanes pudieron apoyar o, al menos, tolerar un régimen como el nazi, una pregunta que, casi un siglo después, sigue resonando con inquietante actualidad. Para ello, se sumergió en la vida cotidiana de ciudadanos que vivieron bajo el nacionalsocialismo, buscando comprender "al hombre monstruoso, el nazi" y enfrentarse a la posibilidad de que, en circunstancias similares, él mismo podría haber seguido el mismo camino. Un episodio particularmente revelador es la quema de la sinagoga de Kronenberg en 1938, presenciada o conocida por los diez entrevistados, ninguno de los cuales hizo nada para evitarlo. Este hecho se convierte en un símbolo escalofriante de la pasividad y la complicidad que Mayer trataba de comprender. En este contexto de crisis y adoctrinamiento, su investigación se convierte en un intento por iluminar las razones, a menudo sutiles y profundamente humanas, que condujeron a una nación a la barbarie.
La singularidad de Milton Mayer como autor radica en su enfoque personal y en su trasfondo, que moldearon tanto su método de investigación como la naturaleza de sus hallazgos. Como estadounidense de ascendencia alemana y origen judío, se sentía personalmente interpelado por el horror del nazismo: "Como estadounidense de ascendencia alemana, me sentía avergonzado. Como judío, me sentía anonadado. Como periodista, me fascinaba". Este conflicto lo llevó a abandonar la mera curiosidad periodística para enfrentarse al problema de manera directa, buscando comprender la mentalidad de quienes apoyaron el régimen. Su afinidad con el movimiento cuáquero, basado en principios protestantes, le otorgó una perspectiva particular: la creencia de que en cada individuo reside "una pizca de Dios". Esta convicción le permitió acercarse a sus entrevistados, a quienes llamó sus "diez amigos nazis", con la disposición de comprender su complejidad humana. En cada uno de ellos veía una mezcla de impulsos buenos y malos, reflejados en sus actos cotidianos.
En 1951, Mayer se trasladó con su familia a un pequeño pueblo alemán, presentándose como un estadounidense de ascendencia germana interesado en documentar la vida de los ciudadanos corrientes bajo el nazismo. A través de largas conversaciones informales sobre distintos temas, logró ganarse la confianza de diez hombres que habían sido miembros del Partido Nacionalsocialista. Sus profesiones eran variadas: ebanista, conserje, soldado, oficinista en paro, panadero, cobrador, sastre, aprendiz de sastre, profesor de secundaria y policía. Su "método" consistió en visitas regulares a los hogares de los entrevistados, donde compartían té, café, vino y comidas. A menudo iba acompañado de su esposa e hijos, lo que fomentaba la espontaneidad y permitía la participación de las esposas de los entrevistados, enriqueciendo las perspectivas obtenidas. Cada entrevista duraba entre dos y tres horas, acumulando entre doce y cuarenta horas por persona. En una época de escasez, Mayer incluso llevó pequeños regalos, que fueron evolucionando de gestos simbólicos a provisiones más sustanciales, principalmente alimentos.Sin embargo, Mayer ocultó dos datos esenciales a sus entrevistados: que era judío y que poseía información confidencial sobre sus antecedentes, proporcionada por la oficina de desnazificación del ejército estadounidense. Esta decisión, criticada posteriormente, fue justificada por el autor como necesaria para obtener testimonios sinceros. Su intención no era juzgar, sino "ver al hombre monstruoso, el nazi. Quería hablar con él y escucharlo. Quería intentar entenderlo". Para ello, partía de una premisa inquietante: si rechazaba la doctrina de la superioridad racial nazi, debía admitir la posibilidad de que él mismo, en otras circunstancias, podría haber tomado el mismo camino. Esta mezcla de empatía y rigor periodístico define a Mayer como un investigador atípico, cuyo interés radicaba en comprender la dimensión humana de la adhesión al nazismo.
El resultado de su investigación, "Creían que eran libres", es un ejercicio periodístico de gran alcance que, aunque no es un ensayo académico riguroso, desvela con inquietante claridad las razones que algunos alemanes ofrecieron para su involucramiento, activo o pasivo, en la barbarie nazi. Su mayor fortaleza radica en la honestidad y la ausencia de juicios en los testimonios recogidos. Mayer consigue generar un clima de confianza con sus interlocutores, a quienes se refiere como "mis amigos nazis", permitiendo que expresen sin reservas sus justificaciones, miedos y recuerdos de la época nazi. De sus conversaciones surge un panorama complejo, donde la crisis económica, el temor al comunismo, la percepción de Hitler como un benefactor y la negación del Holocausto (o la creencia de que era "propaganda del enemigo") se entrelazan con una sensación de falsa autonomía. Muchos afirmaban que "uno no tenía tiempo para pensar. Pasaban demasiadas cosas", reflejando la progresiva renuncia a la reflexión crítica y la adaptación a las verdades impuestas por el régimen.
No obstante, la obra no busca eximir de culpa a sus entrevistados. Al contrario, al presentar sus relatos sin filtros, Mayer obliga al lector a extraer sus propias conclusiones y a enfrentarse a una pregunta fundamental: ¿qué habríamos hecho en su lugar? Su escritura, junto con una destacada traducción al español, genera un impacto profundo. Cada capítulo cierra con una sensación de desasosiego y reflexión. Sin embargo, la obra no está exenta de críticas. Se ha señalado la ausencia de mujeres en la muestra, pese a su relevante papel en el régimen nazi, así como la limitada representatividad estadística del pequeño pueblo estudiado.
A pesar de ello, "Creían que eran libres" trasciende el mero reportaje para convertirse en un clásico que no solo ilumina el pasado, sino que también ofrece valiosas advertencias sobre los peligros del autoritarismo y la complicidad social en la actualidad. Como señala Richard J. Evans en el epílogo, el libro nos obliga a reflexionar sobre la fragilidad de la libertad y la facilidad con la que una sociedad puede deslizarse hacia la intolerancia. En última instancia, la obra de Mayer es una lección de periodismo y una invitación a la introspección, recordándonos que la libertad no es un derecho asegurado, sino una conquista constante que requiere vigilancia y compromiso.
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