22 de junio de 2025

Ciencia, censura y fórmulas matemáticas: el caso Hill y Tabachnikov

La historia de la ciencia está llena de debates apasionados, polémicas encendidas y descubrimientos que han generado tanto admiración como rechazo. Sin embargo, en los últimos años, el mundo académico se ha visto envuelto en una nueva clase de conflicto: el choque entre la libertad de investigación y las largas manazas de la política. Un caso paradigmático de este fenómeno es el de los matemáticos Theodore Hill y Sergei Tabachnikov, cuyo intento de publicar un artículo sobre la Hipótesis de la Mayor Variabilidad Masculina desató una tormenta que ha puesto en cuestión la libertad para el debate intelectual.

El trasfondo de la polémica

La Hipótesis de la Mayor Variabilidad Masculina no es nueva. Fue propuesta inicialmente por Charles Darwin y postula que los hombres tienden a mostrar una mayor variabilidad en ciertas características que las mujeres. Esto ni es bueno, ni malo, ni mejor, ni peor, es una hipótesis basada en observaciones y en ciencia se intenta comprobar si una hipótesis es o no adecuada. No hay más trasfondo ni política, simple materialismo. En términos simples, esta hipótesis significa que, si bien los promedios de muchas habilidades pueden ser similares entre ambos sexos, los hombres serían más propensos a ocupar tanto los extremos superiores como los inferiores de la distribución. Este fenómeno ha sido citado como una posible explicación para la sobrerrepresentación masculina en logros excepcionales como premios Nobel, pero también en situaciones de marginación extrema, como la indigencia o la extrema violencia.

Hill y Tabachnikov, intrigados por esta idea, decidieron abordarla desde un ángulo matemático, desarrollando un modelo teórico que buscaba proporcionar una base estadística para la hipótesis. Su trabajo fue inicialmente aceptado para su publicación en The Mathematical Intelligencer, una revista académica que se ha caracterizado por su disposición a explorar temas controvertidos.

De la aceptación al rechazo: el camino de una publicación frustrada

Lo que parecía ser un proceso académico estándar pronto se convirtió en un campo de batalla. La editora en jefe de The Mathematical Intelligencer, Marjorie Wikler Senechal, aceptó inicialmente el artículo de Hill y Tabachnikov con la intención de fomentar el debate sobre el tema. Sin embargo, la noticia de su próxima publicación generó una fuerte reacción dentro de ciertos sectores académicos, particularmente entre grupos de matemáticas feministas y otros colectivos que consideraban que el artículo reforzaba narrativas discriminatorias. Las críticas no se hicieron esperar. La organización "Women in Mathematics" de la Universidad de Pensilvania expresó su descontento, y la Fundación Nacional de Ciencias (NSF), que había financiado parte de la investigación de los autores, pidió explícitamente que su mención fuera eliminada de los agradecimientos del artículo. A raíz de esta presión, la editora de la revista optó por retractarse de su decisión y revocó la publicación del artículo antes de que viera la luz. Hablando en castizo, se rajó.

Hill, decidido a no rendirse, envió el artículo a la New York Journal of Mathematics, donde fue aceptado y publicado brevemente. Sin embargo, en un giro aún más desconcertante, el artículo fue eliminado del sitio web de la revista poco después, sin que se ofreciera una explicación clara. Si alguien se quiere leer el artículo, y no morir en el intento, lo puede hacer aquí.

¿Ciencia o censura?

Este incidente provocó un debate más amplio sobre la libertad académica y los límites del discurso científico. Para algunos, la retirada del artículo de dos revistas distintas constituía un acto de censura motivado por una corrección política desmedida. Según esta perspectiva, la ciencia debería ser un espacio en el que cualquier hipótesis pueda ser explorada y debatida sin temor a represalias ideológicas. El hecho de que el trabajo de Hill y Tabachnikov fuera eliminado de la discusión académica no por errores metodológicos evidentes, sino por su posible impacto social, es visto como una señal preocupante de que ciertas ideas son consideradas tabú, independientemente de su validez científica. Lo cual sería negar la realidad, el materialismo físico, el materialismo biológico, es decir una enfermedad que afecta a mucha gente hoy en día: la negación de los hechos.

Por otro lado, los críticos del artículo argumentan que la investigación de Hill y Tabachnikov no aportaba evidencia empírica nueva, sino que se limitaba a modelar una hipótesis discutida durante más de un siglo. Bien, perfecto, se publica y se discute, nada nuevo en ciencia. Además, señalaban que la publicación de un trabajo de este tipo en revistas matemáticas, sin el debido respaldo en disciplinas como la biología o la psicología, podría contribuir a la perpetuación de estereotipos de género sin un sustento sólido. En este sentido, sostienen que las revistas académicas tienen el derecho (e incluso la responsabilidad) de rechazar investigaciones que puedan ser utilizadas para justificar desigualdades. Esto último no tendría lógica, ya que la ciencia describe la realidad e intenta explicarla, le guste o no a una parte o a toda la sociedad.

Ciencia y censura. Totalmente incompatibles.

El caso de Hill y Tabachnikov nos plantea preguntas fundamentales sobre el papel de la ciencia en la sociedad actual. ¿Debe la comunidad académica permitir la libre discusión de cualquier idea, independientemente de su posible impacto social? ¿O existe una responsabilidad ética que justifica la autocensura de ciertas investigaciones para evitar interpretaciones problemáticas? Si aceptamos esto último, retrocederíamos siglos, a un pasado en el que la "verdad" era determinada por unas élites, y cuidado con aquella persona que intentará demostrar el error de esa "verdad"....

En la historia de la ciencia, muchas ideas que en su momento fueron consideradas inaceptables o polémicas terminaron siendo aceptadas con el tiempo, mientras que otras fueron descartadas por falta de evidencia. La clave de este proceso no ha sido la censura, sino el escrutinio riguroso basado en datos y argumentos racionales. Si permitimos que consideraciones externas al ámbito científico dicten qué puede y qué no puede ser investigado, corremos el riesgo de socavar la credibilidad del conocimiento mismo. En última instancia, la verdadera fortaleza de la ciencia radica en su capacidad de enfrentar preguntas difíciles y debatirlas con rigor y apertura.

14 de junio de 2025

De ratones y hombres (1937) de John Steinbeck: El sueño truncado de la América rural

John Steinbeck, uno de los grandes narradores de la literatura estadounidense del siglo XX, nos legó en De ratones y hombres (1937) una historia profundamente humana sobre la soledad, la esperanza y la cruda realidad del sueño americano tras la Gran Depresión. Con una prosa sencilla pero cargada de simbolismo, Steinbeck nos transporta a la California de la Gran Depresión, un tiempo de desesperanza y lucha por la supervivencia, en el que el capitalismo salvaje y la explotación humana iban de la mano.

Contexto histórico: la Gran Depresión y los trabajadores migrantes

Para entender De ratones y hombres, es esencial situarnos en el contexto en que fue escrita. La novela se ambienta en la década de 1930, un período marcado por la Gran Depresión, la crisis económica más devastadora del siglo XX en Estados Unidos. Con el colapso de la Bolsa en 1929, millones de personas quedaron desempleadas y se vieron obligadas a desplazarse en busca de trabajo. Particularmente en California, miles de trabajadores migrantes, en su mayoría provenientes del Medio Oeste, recorrieron el estado con la esperanza de encontrar empleo en los campos y ranchos. Este contexto de precariedad y movilidad constante nutre la narrativa de Steinbeck y da forma al destino de sus protagonistas: George y Lennie.

John Steinbeck: el cronista de la América olvidada

Steinbeck nació en 1902 en Salinas, California, y desde joven tuvo contacto con el mundo de la agricultura y los jornaleros migrantes, una realidad que luego plasmaría en su obra con una sensibilidad y un compromiso social notables. De ratones y hombres forma parte de su trilogía social junto con Las uvas de la ira y Al este del Edén, novelas en las que denuncia la explotación laboral y la desigualdad de clases, sin perder de vista la dignidad de los personajes y su profunda humanidad. Su obra tiene un estilo directo, realista y con gran capacidad para capturar la realidad de la gente sencilla, de los explotados. En De ratones y hombres, combina el lirismo con una estructura casi teatral, lo que la hace especialmente efectiva tanto en el formato literario como en sus adaptaciones escénicas y cinematográficas.

Sueños y desesperanza en la América rural

La historia sigue a George Milton y Lennie Small, dos trabajadores itinerantes que sueñan con tener su propia granja, un sueño que los mantiene a flote en un mundo hostil. Lennie, un hombre con discapacidad intelectual y una fuerza descomunal, depende de George, quien actúa como su protector y guía. Entre los dos hay una relación casi fraternal. Ambos llegan a un rancho en California donde buscan trabajo con la esperanza de ahorrar lo suficiente para comprar un pedazo de tierra y vivir "como hombres libres". Es este el motivo que les mueve, a todos esos trabajadores, alcanzar la libertad a través de la realización del "sueño americano", ese sueño que parece resistírseles. Steinbeck nos presenta un universo marcado por la brutalidad y la exclusión: Crooks, el mozo de cuadra afroamericano, sufre el racismo de sus compañeros; Candy, el viejo peón, teme ser descartado cuando deje de ser útil; y la esposa de Curley, el capataz, busca desesperadamente atención en un ambiente dominado por hombres que la ven como una amenaza o una tentación.

SE DESVELA EL FINAL

La tensión crece hasta llegar a su trágico desenlace cuando Lennie, incapaz de controlar su fuerza, mata accidentalmente a la esposa de Curley. Conscientes de que no hay escapatoria, George toma una decisión desgarradora: acaba con la vida de Lennie para evitarle un destino aún peor a manos de una multitud enfurecida. Tal vez, el final de la novela, con George mirando el río tras haber disparado a su mejor amigo, básicamente un hermano, es uno de los momentos más desgarradores de la literatura estadounidense. En un trágico segundo se refleja toda la injusticia del mundo.

Los hombres, como nosotros, que trabajan en los ranchos, son los tipos más solitarios del mundo. Llegan a un río y trabajan hasta que tienen un poco de dinero, y después van a la ciudad y malgastan su dinero, y nos les queda más remedio que ir a molerse los huesos en otro rancho. No tienen nada que esperar del futuro [...] Con nosotros no pasa así. Tenemos un porvenir. Tenemos alguien con quien hablar, alguien que piensa en nosotros. No tenemos que sentarnos en un café malgastando el dinero sólo porque no hay otro lugar donde ir. Si esos otros tipos caen en la cárcel, pueden pudrirse allí porque a nadie le importa. Pero nosotros, no.

De ratones y hombres
ha sido interpretada de diversas maneras: como una novela proletaria, un drama existencial y una fábula sobre la fragilidad de los sueños. Steinbeck consigue, en pocas páginas, crear personajes inolvidables y un microcosmos que refleja las injusticias de su tiempo. Uno de los aspectos más destacables es su estructura casi teatral: los diálogos directos, los escenarios delimitados (el rancho, la orilla del río) y la evolución dramática recuerdan más a una obra de teatro que a una novela convencional. Esto ha facilitado su adaptación al cine y al teatro con gran éxito. Su impacto cultural y su relevancia social la han consolidado como un clásico fundamental de la literatura contemporánea.

Las adaptaciones cinematográficas

La novela ha sido llevada al cine en dos ocasiones principales:

  1. "La Fuerza Bruta" (1939): Dirigida por Lewis Milestone y protagonizada por Burgess Meredith (George) y Lon Chaney Jr. (Lennie). Esta versión en blanco y negro es fiel a la novela y captura el espíritu de Steinbeck con una interpretación conmovedora de Chaney como Lennie.

  2. "De Ratones y Hombres" (1992): Dirigida y protagonizada por Gary Sinise (George), con John Malkovich en el papel de Lennie. Esta adaptación, más reciente y accesible para el público moderno, mantiene la esencia de la historia y destaca por la actuación de Malkovich, quien aporta una profundidad emocional extraordinaria a su personaje.

Ambas películas han sido aclamadas por su capacidad para transmitir la fuerza y la tragedia de la historia original, tal vez la segunda adaptación sea más fiel a la novela original.

A casi un siglo de su publicación, De ratones y hombres sigue siendo una obra de referencia por su retrato descarnado de la vida de los trabajadores migrantes y su reflexión sobre la soledad y la esperanza. Steinbeck nos recuerda que, en un mundo despiadado, los sueños pueden ser efímeros, pero la compasión y la amistad son lo único que nos redime.

Pocas novelas han logrado conmover y hacer reflexionar tanto en tan pocas páginas. Es una novela corta, pero según avanzamos en su lectura vemos como la tragedia y la desesperanza lo van dominando todo, solamente la humanidad y la esperanza en una vida mejor nos ayuda a continuar. De ratones y hombres es una historia que se queda con el lector mucho después de haber cerrado el libro.



10 de junio de 2025

El pozo superprofundo de Kola: cuando la URSS casi llega al infierno

La exploración del Pozo Superprofundo de Kola es una de las hazañas científicas más impresionantes de la era soviética y un reflejo del profundo interés del mundo soviético por la ciencia y su avance. Iniciado en 1970 por la Unión Soviética, el proyecto tenía como objetivo perforar la corteza terrestre hasta una profundidad sin precedentes para estudiar su composición y estructura. En un contexto en el que Estados Unidos y la URSS competían no solo en la carrera espacial, sino también en la exploración geológica, los soviéticos se embarcaron en este reto titánico en la península de Kola, en el noroeste de Rusia. La perforación no fue una tarea sencilla: se encontraron con temperaturas mucho más elevadas de lo esperado, con valores de hasta 180°C a 12 kilómetros de profundidad, lo que dificultó las operaciones. Sin embargo, a pesar de los desafíos técnicos y del colapso de la Unión Soviética en 1991, los científicos lograron perforar hasta 12.262 metros en 1989, estableciendo un récord que aún hoy sigue vigente como la perforación más profunda realizada por el ser humano en la corteza terrestre. El colosal esfuerzo finalmente fue abandonado en 1994 debido a la falta de financiación y problemas técnicos, dejando tras de sí un sitio de exploración científica que sigue despertando la curiosidad de investigadores y entusiastas de la geología.

La boca sellada del pozo de Kola
Más allá de su impresionante profundidad, el Pozo de Kola proporcionó descubrimientos que transformaron la comprensión de la geología terrestre. Entre los hallazgos más relevantes estuvo la presencia de rocas de más de 2.700 millones de años, lo que permitió a los geólogos estudiar capas de la corteza terrestre que nunca antes habían sido alcanzadas. Además, se descubrió la existencia de agua a profundidades insospechadas, lo que desafió modelos previos sobre la composición del subsuelo terrestre. Un hallazgo aún más sorprendente fue el de microfósiles de organismos unicelulares en rocas profundas, lo que sugirió que la vida pudo haber existido en condiciones extremas dentro de la corteza terrestre, abriendo nuevas preguntas sobre la posibilidad de vida en entornos subterráneos en otros planetas. Sin embargo, más allá de su impacto en la ciencia, el Pozo de Kola también se convirtió en el epicentro de mitos y leyendas. Uno de los más famosos es el llamado "Pozo del Infierno", que afirmaba que los científicos soviéticos habían escuchado gritos provenientes del interior de la Tierra. A pesar de su cierre, la hazaña del Pozo Superprofundo de Kola sigue siendo un testimonio del ingenio humano y un recordatorio de lo poco que aún conocemos sobre las profundidades de nuestro propio planeta.


8 de junio de 2025

La Fragilidad de la Libertad: Creían que eran libres de Milton Mayer

Para comprender por qué el horror nazi perdura en la conciencia colectiva, es fundamental analizar no solo las acciones de sus líderes, sino también la compleja red de complicidades que facilitó su ascenso y permanencia en el poder. En este contexto, la obra "Creían que eran libres. Los alemanes 1933-45" de Milton Mayer es un documento excepcional. Su propósito no era estudiar a la élite nazi, sino entender a quienes, desde la cotidianidad, respaldaron y permitieron la consolidación del régimen. Publicado originalmente con dificultades, este libro explora la mentalidad de diez ciudadanos alemanes comunes que fueron miembros del Partido Nacionalsocialista, ofreciendo una perspectiva íntima y perturbadora sobre cómo una sociedad entera pudo deslizarse hacia la barbarie. 

Para valorar la profundidad de la investigación de Mayer y la relevancia de sus hallazgos, es esencial situar la obra en su contexto histórico: un periodo de fragilidad institucional y desesperada búsqueda de estabilidad tras las devastadoras secuelas de la Primera Guerra Mundial. La República de Weimar, asolada por crisis económicas, desempleo, huelgas y una inflación descontrolada, generó el caldo de cultivo perfecto para el auge del nacionalsocialismo, que prometía orden y recuperación. El miedo al comunismo también desempeñó un papel clave, hábilmente explotado por Hitler, quien incluso permitió la participación de los comunistas en las elecciones para debilitar a los socialdemócratas. En este ambiente de incertidumbre y temor, la propaganda nazi encontró terreno fértil, atribuyendo a los judíos la responsabilidad de los males de Alemania y prometiendo restaurar el orgullo nacional tras la humillante derrota en la Gran Guerra. La llegada de Hitler al poder marcó un punto de inflexión: muchos alemanes, buscando soluciones inmediatas a sus problemas, depositaron su confianza en un régimen que, poco a poco, erosionó las libertades individuales.  

La investigación de Mayer se sitúa en la posguerra, en 1951, cuando el periodista estadounidense se instaló en una pequeña ciudad alemana con la obsesión de entender el nazismo no solo como la tiranía de unos pocos, sino como un fenómeno de masas. Su objetivo era desentrañar cómo tantos ciudadanos alemanes pudieron apoyar o, al menos, tolerar un régimen como el nazi, una pregunta que, casi un siglo después, sigue resonando con inquietante actualidad. Para ello, se sumergió en la vida cotidiana de ciudadanos que vivieron bajo el nacionalsocialismo, buscando comprender "al hombre monstruoso, el nazi" y enfrentarse a la posibilidad de que, en circunstancias similares, él mismo podría haber seguido el mismo camino. Un episodio particularmente revelador es la quema de la sinagoga de Kronenberg en 1938, presenciada o conocida por los diez entrevistados, ninguno de los cuales hizo nada para evitarlo. Este hecho se convierte en un símbolo escalofriante de la pasividad y la complicidad que Mayer trataba de comprender. En este contexto de crisis y adoctrinamiento, su investigación se convierte en un intento por iluminar las razones, a menudo sutiles y profundamente humanas, que condujeron a una nación a la barbarie.  

La singularidad de Milton Mayer como autor radica en su enfoque personal y en su trasfondo, que moldearon tanto su método de investigación como la naturaleza de sus hallazgos. Como estadounidense de ascendencia alemana y origen judío, se sentía personalmente interpelado por el horror del nazismo: "Como estadounidense de ascendencia alemana, me sentía avergonzado. Como judío, me sentía anonadado. Como periodista, me fascinaba". Este conflicto lo llevó a abandonar la mera curiosidad periodística para enfrentarse al problema de manera directa, buscando comprender la mentalidad de quienes apoyaron el régimen. Su afinidad con el movimiento cuáquero, basado en principios protestantes, le otorgó una perspectiva particular: la creencia de que en cada individuo reside "una pizca de Dios". Esta convicción le permitió acercarse a sus entrevistados, a quienes llamó sus "diez amigos nazis", con la disposición de comprender su complejidad humana. En cada uno de ellos veía una mezcla de impulsos buenos y malos, reflejados en sus actos cotidianos.  

En 1951, Mayer se trasladó con su familia a un pequeño pueblo alemán, presentándose como un estadounidense de ascendencia germana interesado en documentar la vida de los ciudadanos corrientes bajo el nazismo. A través de largas conversaciones informales sobre distintos temas, logró ganarse la confianza de diez hombres que habían sido miembros del Partido Nacionalsocialista. Sus profesiones eran variadas: ebanista, conserje, soldado, oficinista en paro, panadero, cobrador, sastre, aprendiz de sastre, profesor de secundaria y policía. Su "método" consistió en visitas regulares a los hogares de los entrevistados, donde compartían té, café, vino y comidas. A menudo iba acompañado de su esposa e hijos, lo que fomentaba la espontaneidad y permitía la participación de las esposas de los entrevistados, enriqueciendo las perspectivas obtenidas. Cada entrevista duraba entre dos y tres horas, acumulando entre doce y cuarenta horas por persona. En una época de escasez, Mayer incluso llevó pequeños regalos, que fueron evolucionando de gestos simbólicos a provisiones más sustanciales, principalmente alimentos.  

Sin embargo, Mayer ocultó dos datos esenciales a sus entrevistados: que era judío y que poseía información confidencial sobre sus antecedentes, proporcionada por la oficina de desnazificación del ejército estadounidense. Esta decisión, criticada posteriormente, fue justificada por el autor como necesaria para obtener testimonios sinceros. Su intención no era juzgar, sino "ver al hombre monstruoso, el nazi. Quería hablar con él y escucharlo. Quería intentar entenderlo". Para ello, partía de una premisa inquietante: si rechazaba la doctrina de la superioridad racial nazi, debía admitir la posibilidad de que él mismo, en otras circunstancias, podría haber tomado el mismo camino. Esta mezcla de empatía y rigor periodístico define a Mayer como un investigador atípico, cuyo interés radicaba en comprender la dimensión humana de la adhesión al nazismo.  

El resultado de su investigación, "Creían que eran libres", es un ejercicio periodístico de gran alcance que, aunque no es un ensayo académico riguroso, desvela con inquietante claridad las razones que algunos alemanes ofrecieron para su involucramiento, activo o pasivo, en la barbarie nazi. Su mayor fortaleza radica en la honestidad y la ausencia de juicios en los testimonios recogidos. Mayer consigue generar un clima de confianza con sus interlocutores, a quienes se refiere como "mis amigos nazis", permitiendo que expresen sin reservas sus justificaciones, miedos y recuerdos de la época nazi. De sus conversaciones surge un panorama complejo, donde la crisis económica, el temor al comunismo, la percepción de Hitler como un benefactor y la negación del Holocausto (o la creencia de que era "propaganda del enemigo") se entrelazan con una sensación de falsa autonomía. Muchos afirmaban que "uno no tenía tiempo para pensar. Pasaban demasiadas cosas", reflejando la progresiva renuncia a la reflexión crítica y la adaptación a las verdades impuestas por el régimen.  

No obstante, la obra no busca eximir de culpa a sus entrevistados. Al contrario, al presentar sus relatos sin filtros, Mayer obliga al lector a extraer sus propias conclusiones y a enfrentarse a una pregunta fundamental: ¿qué habríamos hecho en su lugar? Su escritura, junto con una destacada traducción al español, genera un impacto profundo. Cada capítulo cierra con una sensación de desasosiego y reflexión. Sin embargo, la obra no está exenta de críticas. Se ha señalado la ausencia de mujeres en la muestra, pese a su relevante papel en el régimen nazi, así como la limitada representatividad estadística del pequeño pueblo estudiado.  

A pesar de ello, "Creían que eran libres" trasciende el mero reportaje para convertirse en un clásico que no solo ilumina el pasado, sino que también ofrece valiosas advertencias sobre los peligros del autoritarismo y la complicidad social en la actualidad. Como señala Richard J. Evans en el epílogo, el libro nos obliga a reflexionar sobre la fragilidad de la libertad y la facilidad con la que una sociedad puede deslizarse hacia la intolerancia. En última instancia, la obra de Mayer es una lección de periodismo y una invitación a la introspección, recordándonos que la libertad no es un derecho asegurado, sino una conquista constante que requiere vigilancia y compromiso.

4 de junio de 2025

El Faro (2019): Locura en puro expresionismo alemán

La película El Faro (2019), dirigida por Robert Eggers y protagonizada por Willem Dafoe y Robert Pattinson, ha sido una de las propuestas cinematográficas más impactantes de los últimos años. El cine actual , muy carente de ideas y de nuevas propuestas, suele reaccionar (o sobre reaccionar) ante propuestas novedosas. Tal vez, este sea el caso de este film de terror psicológico, filmado en un claustrofóbico blanco y negro al más puro estilo del impresionismo alemán. Además, en formato cuadrado. Es una película enigmática, de atmósfera opresiva y simbolismo desbordante, pero estas son sus virtudes y también sus defectos.

El Faro sigue la historia de dos fareros, Thomas Wake (Willem Dafoe) y Ephraim Winslow (Robert Pattinson), quienes llegan a una remota isla para encargarse del mantenimiento de un faro a finales del S.XIX en Nueva Inglaterra. El planazo que tienen es increíble: dos semanas en una isla trabajando duro y sin ninguna distracción, y sin una conexión 5G. Lógicamente esto hace que la convivencia entre ambos se torna cada vez más tensa debido al carácter dominante de Wake y la creciente inestabilidad psicológica de Winslow. A medida que pasan los días, la paranoia, el alcohol y el aislamiento provocan una espiral de locura en la que la realidad y la fantasía se entremezclan. La luz del faro se convierte en una obsesión para Winslow, quien ansía acceder a ella, mientras que Wake lo mantiene alejado con celosa vigilancia. La historia desemboca en una serie de eventos surrealistas que culminan en la total destrucción de los protagonistas.

Sin duda, uno de los aspectos más importantes de El Faro es la actuación de sus protagonistas. Willem Dafoe ofrece una interpretación inolvidable como un farero experimentado y autoritario, mientras que Robert Pattinson brilla en su transformación de un joven reservado a un hombre consumido por la locura. La química entre ambos actores, llena de tensión y desesperación, es una de las grandes fortalezas de la película. Los diálogos arcaicos, basados en registros históricos de marineros y relatos de Herman Melville, refuerzan la autenticidad y el tono opresivo del film. El parecido con una obra de teatro es absoluta.

La decisión de Eggers de filmar en blanco y negro con una relación de aspecto cuadrada contribuye a la sensación de encierro y claustrofobia. Cada cuadro está compuesto con una meticulosidad que recuerda a la fotografía de principios del siglo XX, evocando las primeras películas de horror del expresionismo alemán. Además, el uso del sonido es fundamental para la atmósfera: el rugido constante del mar, el estridente bramido de la sirena del faro y los crujidos del viento refuerzan la sensación de aislamiento. La película produce un continuo desasosiego. La historia está cargada de simbolismo mitológico, especialmente relacionado con la figura de Prometeo y la mitología marina. Sin embargo, la falta de respuestas claras deja al espectador con cara de tonto, ya que la primera parte promete una historia de fantasía o similar y la segunda torna en una locura de los dos protagonistas. Para algunos espectadores, El Faro puede resultar difícil de seguir debido a su ritmo pausado. La repetición de ciertos eventos y la progresiva desintegración de la realidad hacen que el film se sienta como una experiencia hipnótica y en esto se queda, puro espectáculo onírico.

La película narra el proceso de locura humana por el aislamiento, al estilo de El Resplandor (1980) de Stanley Kubrick, así como con Nosferatu (1922) y el cine expresionista alemán por su uso de la luz y las sombras. Su narrativa también recuerda a los relatos de H.P. Lovecraft, especialmente por su atmósfera de horror cósmico y la sensación de que hay algo inefable y aterrador más allá de la comprensión humana.

El Faro es una película que desafía al espectador, exigiendo un compromiso total con su historia y estética. Sus actuaciones impecables, cinematografía hipnótica y narrativa enigmática la han convertido en una obra de culto para los amantes del cine experimental y psicológico. La película no deja de tener un importante lado pretencioso, pero es indudable su calidad estética. Cada uno tendrá su opinión, creo que es un film sobrevalorado, con sus virtudes estéticas, pero carente de una coherencia narrativa que desmerece todo el esfuerzo que se ha puesto en él. Tengo pendiente La Bruja, del mismo director, veremos que tal.

1 de junio de 2025

El ocaso de los ídolos de Friedrich Nietzsche

A fuerza de andar buscando los orígenes acaba uno convirtiéndose en cangrejo. El historiador mira hacia atrás y termina creyendo también hacia atrás