Cuando en España plantar árboles suponía matar pueblos: el caso de Jócar (Guadalajara)

Cualquiera que lea el título del post pensará que el autor se ha vuelto loco o que lo ha escrito bajo los efectos del alcohol. Nada más lejos de la realidad, intentaré demostrar mi cordura y sobriedad. La Sierra Norte de Guadalajara es un territorio extenso y de indudable belleza paisajística. Sus valores ecológicos has hecho que fuera declarado Parque Natural en 2011. No obstante, en gran parte del siglo pasado (y de los anteriores) los pueblos y sus gentes tenían que hacer frente a una tierra pobre y un clima extremo, intentando obtener de esa tierra el sustento. Eran numerosos los pueblos y también su población (en comparación con la situación actual). Durante los años 70 se creó en España un organismo denominado eufemísticamente como Instituto Nacional de Conservación de la Naturaleza (ICONA), el cual sustituyó a la antigua Dirección General de Montes. El ICONA, dominado por ingenieros y tecnócratas cuyos conocimientos de ecología y conservación de la naturaleza eran -por ser generosos- escasos, comenzaron su labor de "forestación" de algunas zonas de España. Entre esas zonas, una de "las agraciadas" fue la Sierra Norte de Guadalajara.

Esta zona tenía su vegetación autóctona y las formas tradicionales de ganadería y agricultura (ésta última escasa, debido a la dureza del clima y el terreno), las cuales habían funcionado durante décadas en un cierto equilibrio con el medio. Pero esta situación cambió, unos tecnócratas con sus tiralíneas desde despachos alejados del terreno decidieron que esa vegetación no era productiva y había que destruirla y cambiarla por plantaciones monoespecíficas de pinos y alguna que otra arizónica. Hasta aquí el crimen ecológico puede entenderse, ya que hablamos de una época de escasez o de falta de producción de madera, pero es que no contentos con esto también decidieron eliminar -sí esa es la palabra- un conjunto de municipios de la zona. Y esa eliminación fue completa, se expropiaron viviendas expulsando a sus dueños y los edificios abandonados fueron literalmente bombardeados por el Estado. Sí, bombardeados, para evitar que alguno de sus legítimos dueños o sus descendientes pudieran recuperarlos. Este fue el caso de Jócar, del que hoy solo queda en pie el cementerio y una fuente. A esta última, los años y la desidia le han abocado a un estado de cuasi destrucción. Otros municipios corrieron similar suerte: Fraguas, Santotis, Umbralejo, Robredarcas, etc.

Por desgracia, el Estado parece no rectificar y ahora en sus 17 hijas, las CC.AA, continúa actuando como el perro del hortelano: cuando alguien quiere revivir algún pueblo, se lo pone difícil si no hay una buena inversión de dinero del que pueda sacar algo. Este sería el caso de Fraguas.

Por fortuna, en las últimas décadas algo hemos aprendido y cada vez más la gestión de la conservación de la naturaleza recae en personas con una formación adecuada en ecología, y eso poco a poco se tiene que notar.

Os dejo algunas fotos de lo que queda de este pueblo. Un paseo por sus restos evoca tiempos pasados, que en este caso sí que eran mejores que los actuales.









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