11 de julio de 2025

The Last of Us: Una Adaptación que Falló el Tiro, de pleno

Desde su anuncio, la adaptación de HBO del aclamado videojuego The Last of Us generó una expectación desmesurada. Como suele pasar, cuando un globo se hincha mucho, suele terminar mal, en este caso muy mal. Tras dos temporadas que se han hecho eternas, el entusiasmo inicial se ha desvanecido, revelando una serie que, lejos de capturar la profundidad y el impacto del videojuego, se ha desinflado en una experiencia televisiva que oscila entre lo meramente pasable y el auténtico fiasco. Si bien la primera temporada logró algunos aciertos, la segunda se ha hundido en una aburrida espiral de acción floja y casi ausencia total de terror, que han terminado por matar la serie y la conexión con sus personajes, dejando al espectador con una sensación de profunda decepción.


La primera temporada: un inicio irregular con varios capítulos de relleno

La primera temporada de The Last of Us fue recibida con cierto bombo, y es cierto que intentó ser respetuosa con el material original. Presentó su puesta en escena muy cinematográfica. Incluso, se alabó el trabajo de Pedro Pascal como Joel, en las redes sociales y demás webs de expertos se alabó mucho su interpretación. Todo ello exagerado e inflado, un actor limitado que interpreta a un personaje complejo al que no se le sabe sacar el suficiente partido. Ya empezamos a inflar las críticas en las redes sociales, y luego pasa lo que pasa, que la realidad es la que es.

No obstante, esta temporada no estuvo exenta de problemas que sentaron las bases para las deficiencias futuras. A pesar de los elogios generales, la serie no consigue alejarse de una comparativa simple y limitada con el videojuego. Hubo episodios que se sintieron como puro relleno, con historias irrelevantes y muy aburridas, con el mensaje woke tan de moda hoy en día. Ya en esta temporada el espectador que lleva muchas jornadas de cine y series a sus espaldas comienza a tener esa sensación de "esta protagonista es un fiasco ¿Cuándo se la comerá un infectado?". Porque esa es la sensación que despierta la protagonista: absolutamente insufrible. Esta primera temporada dejó al espectador sin ninguna gana de más, pero parece que el guionista es el único animal que tropieza dos y hasta tres veces en la misma piedra, y atacaron con una segunda temporada.


La segunda temporada: un auténtico fiasco y el declive definitivo

Si la primera temporada presentaba grietas de gran tamaño, la segunda ha sido un auténtico colapso creativo. Los siete episodios de esta entrega, que han costado mucho dinero, no lograron justificar su elevado presupuesto con una calidad narrativa o interpretativa que estuviera a la altura. La temporada ha sido un auténtico fiasco, desorganizado, sin trama, con episodios muy flojos. Solamente se salva el ataque de los infectados al poblado, el resto es prescindible, muy prescindible.

La serie ha sacrificado el terror y la tensión característicos del videojuego en favor de una acción aburrida y muy predecible. Los momentos importantes de infectados se limitan a un par de ataques y nada más, dejando el resto de la serie con una notable falta de tensión. La banda sonora también ha sido una decepción y carente de inspiración.

El gran problema radica en que, tras el impactante y brutal asesinato de Joel, la temporada no logra mantener el nivel. Los episodios posteriores son aburridos, se hacen largo y predecibles, incapaces de alcanzar un mínimo de altura dramática y lo más importante, un mínimo de terror.

Ellie: la protagonista que nadie quiere seguir

El mayor lastre y, sin lugar a dudas, el principal punto de fracaso de la serie es la representación de Ellie a través de la actuación de Bella Ramsey. Aunque la serie se esforzó por ser fiel en localizaciones y secuencias, la elección de casting y la dirección actoral de la protagonista han sido un despropósito. Hay momentos en los que el espectador, frustrado, desearía que "se la coma un infectado", un sentimiento que, aunque drástico, encapsula la desconexión generada por el personaje. Cero empatía del espectador con ella, lo peor que puede pasar en una obra de cine.

Bella Ramsey no es capaz de interpretar al personaje, es una adolescente caprichosa y mal criada, más bien sacada de un barrio pijo, que de una apocalipsis zombi, donde se supone que la realidad ha curtido a las personas. Sobreactuación, falta de expresión, etc. La misma cara si está besando que si está matando a golpes a una persona. En definitiva, un desastre. Parece mentira que sea una serie de HBO, sí, la misma de True Detective.

Conclusión: un legado empañado

En resumen, The Last of Us de HBO, especialmente en su segunda temporada, es una serie con serios problemas de calidad. Si bien cuenta con elementos visuales impresionantes, una que otra escena de acción bien ejecutada y algunas actuaciones secundarias destacables, estas no logran compensar las deficiencias narrativas, el ritmo irregular y, sobre todo, la fallida y en ocasiones desagradable representación de su personaje central, Ellie. Es un desastre progre, especialmente la segunda parte, destruyendo una gran idea. Es una pena que una historia con tanto impacto emocional y complejidad moral en su formato original, haya encontrado en su versión televisiva una ejecución tan floja y, en ocasiones, irritante. Busquen otra serie si no han empezado a verla.



4 de julio de 2025

El día que los gorriones callaron: una lección olvidada del Gran Salto Adelante

China, 1958. Una nación destruida por la guerra civil y sacudida por el sueño utópico del comunismo se preparaba para reinventarse desde sus raíces. Mao Zedong, líder indiscutido del Partido Comunista, no se conformaba con haber unificado el país; quería demostrar que la revolución no solo era política o militar, sino también económica, agrícola y cultural. El país entero se embarcó en una transformación titánica: el Gran Salto Adelante, un plan para catapultar a China hacia la modernidad. Acerías comunales, cultivos colectivos, represas, canales y una férrea voluntad de superar a Occidente con las propias manos del pueblo. Pero dentro de ese impulso desbordante, una idea aparentemente menor —exterminar a los gorriones para proteger las cosechas— acabó convirtiéndose en uno de los errores más devastadores del siglo XX para China.

La guerra contra las “cuatro plagas”

En el corazón de esta historia se encuentra una campaña lanzada con entusiasmo revolucionario: la erradicación de las “cuatro plagas” —ratas, moscas, mosquitos y gorriones— que, según los "técnicos" del régimen, afectaban gravemente a la salud del pueblo y, en particular, la producción de grano. Los gorriones, en concreto, "fueron acusados" de comerse una cantidad alarmante de cereal, y la solución que se impuso desde el gobierno fue tan sencilla como brutal: eliminarlos por completo. Un claro ejemplo de una visión reduccionista de la naturaleza.

La población fue movilizada en masa. En las ciudades, en los pueblos, en las aldeas remotas, millones de personas salieron a las calles y los campos armadas con tambores, palos, panderetas, cacerolas y cualquier objeto ruidoso. La técnica era despiadada: asustar sin tregua a las aves hasta que, exhaustas, cayeran muertas. Se destruyeron nidos, se aplastaron huevos, se mataron polluelos. Las cifras son difíciles de confirmar, pero algunas fuentes estiman que se aniquilaron más de mil millones de gorriones en todo el país. No hubo rincón seguro para estas pequeñas aves que, durante milenios, habían compartido los campos chinos con campesinos, cultivos y estaciones.



Una primavera sin cantos

Durante un tiempo, pareció que la estrategia funcionaba. Se alzaban informes optimistas, se celebraban mítines donde se exhibían montañas de gorriones muertos como trofeos de guerra. Se repetía con fervor: “Cada gorrión muerto significa más arroz para el pueblo”. Las estadísticas del Partido parecían confirmar que las pérdidas de grano disminuían, y el experimento era presentado como una victoria de la voluntad humana sobre las fuerzas naturales. De nuevo una visión reduccionista, que traería consecuencias devastadoras.

Pero la realidad es terca, y pronto se impuso con violencia. Al eliminar a los gorriones —que no solo se alimentan de granos, sino también de insectos—, se desató una verdadera plaga de langostas, orugas y saltamontes. Sin sus principales depredadores naturales, las poblaciones de insectos se dispararon, arrasando los cultivos con más eficacia que cualquier ave. El remedio, en lugar de salvar las cosechas, había sembrado la semilla de una catástrofe.



El precio de la ignorancia ecológica

Entre 1959 y 1961, China sufrió la peor hambruna del siglo XX. Las cifras estremecen: entre 20 y 45 millones de personas murieron como consecuencia directa de la escasez de alimentos. Comunas enteras quedaron devastadas. Las tierras de cultivo, ya maltratadas por prácticas agrícolas erradas e improvisadas en nombre de la eficiencia comunista, no lograban producir lo suficiente. En muchas regiones, los habitantes recurrieron a la corteza de los árboles, al barro cocido o incluso al canibalismo.

La desaparición del gorrión fue solo uno de los muchos factores, pero simboliza con claridad el pensamiento simplista y autoritario que guio aquellas políticas. El ecosistema, complejo y lleno de interacciones complejas, fue tratado como una máquina que se podía ajustar con una palanca. Bastaba con eliminar a un “enemigo del pueblo” alado para que la producción aumentara. Pero los ecosistemas no entienden de eslóganes, y el resultado fue un colapso que el propio Mao reconocería demasiado tarde.



Cuando la ciencia habla y el poder escucha (a medias)

En 1960, el ornitólogo chino Tso-Hsin Cheng presentó al gobierno una serie de datos reveladores: los gorriones, lejos de ser una amenaza absoluta, eran esenciales para el equilibrio del ecosistema agrícola. Eliminarlos solo había favorecido la proliferación de plagas aún más dañinas. Mao, al parecer convencido por estos argumentos, decidió frenar la campaña contra los gorriones. Los sustituyó por chinches en la lista de “plagas” a exterminar. Incluso se importaron aves desde la Unión Soviética para repoblar algunas regiones. Pero el daño ya estaba hecho. La catástrofe ecológica había desatado una crisis humana. Y, más allá de las consecuencias agrícolas, esta historia dejó al descubierto algo aún más preocupante: cómo una visión reduccionista del mundo natural, combinada con un poder político absoluto, puede derivar en desastres de proporciones inmensas.

Conclusión: la fragilidad de la arrogancia humana

La campaña contra los gorriones no fue solo un error de cálculo. Fue el reflejo de una actitud que sigue vigente en muchos rincones del mundo: la creencia de que la naturaleza puede ser sometida sin consecuencias, de que los sistemas vivos pueden rediseñarse desde un despacho, de que basta con una orden para cambiar la realidad. Pero la historia tiene sus propios mecanismos de justicia. El silencio de los gorriones fue seguido por el zumbido de las langostas, y el hambre de los campos no tardó en llegar a las puertas de las ciudades. Lo que comenzó como una campaña ecológica se transformó en una tragedia nacional. Y aún hoy, en tiempos de crisis climática y pérdida de biodiversidad, la historia del gorrión chino debería servirnos como advertencia.

Cuando se actúa contra la naturaleza sin comprenderla, no solo se pierden especies. Se pierde el equilibrio, se pierde el sustento… y, finalmente, se pierde la vida.

Bibliografía académica

Shapiro, Judith (2001) Mao's War Against Nature: Politics and the Environment in Revolutionary China. Cambridge University Press.

Dikötter, Frank (2010) Mao's Great Famine: The History of China's Most Devastating Catastrophe, 1958–1962. Walker & Company.

Smil, Vaclav (1999) China’s Environmental Crisis: An Inquiry into the Limits of National Development. M. E. Sharpe.


1 de julio de 2025

Creían que eran libres de Milton Mayer

Los Hitler, Stalin, Mussolini son arribistas salidos del pueblo llano, y el semi-alfabetizado Hitler es el más corriente del grupo