China, 1958. Una nación destruida por la guerra civil y sacudida por el sueño utópico del comunismo se preparaba para reinventarse desde sus raíces. Mao Zedong, líder indiscutido del Partido Comunista, no se conformaba con haber unificado el país; quería demostrar que la revolución no solo era política o militar, sino también económica, agrícola y cultural. El país entero se embarcó en una transformación titánica: el Gran Salto Adelante, un plan para catapultar a China hacia la modernidad. Acerías comunales, cultivos colectivos, represas, canales y una férrea voluntad de superar a Occidente con las propias manos del pueblo. Pero dentro de ese impulso desbordante, una idea aparentemente menor —exterminar a los gorriones para proteger las cosechas— acabó convirtiéndose en uno de los errores más devastadores del siglo XX para China.
La guerra contra las “cuatro plagas”
En el corazón de esta historia se encuentra una campaña lanzada con entusiasmo revolucionario: la erradicación de las “cuatro plagas” —ratas, moscas, mosquitos y gorriones— que, según los "técnicos" del régimen, afectaban gravemente a la salud del pueblo y, en particular, la producción de grano. Los gorriones, en concreto, "fueron acusados" de comerse una cantidad alarmante de cereal, y la solución que se impuso desde el gobierno fue tan sencilla como brutal: eliminarlos por completo. Un claro ejemplo de una visión reduccionista de la naturaleza.
La población fue movilizada en masa. En las ciudades, en los pueblos, en las aldeas remotas, millones de personas salieron a las calles y los campos armadas con tambores, palos, panderetas, cacerolas y cualquier objeto ruidoso. La técnica era despiadada: asustar sin tregua a las aves hasta que, exhaustas, cayeran muertas. Se destruyeron nidos, se aplastaron huevos, se mataron polluelos. Las cifras son difíciles de confirmar, pero algunas fuentes estiman que se aniquilaron más de mil millones de gorriones en todo el país. No hubo rincón seguro para estas pequeñas aves que, durante milenios, habían compartido los campos chinos con campesinos, cultivos y estaciones.
Una primavera sin cantos
Durante un tiempo, pareció que la estrategia funcionaba. Se alzaban informes optimistas, se celebraban mítines donde se exhibían montañas de gorriones muertos como trofeos de guerra. Se repetía con fervor: “Cada gorrión muerto significa más arroz para el pueblo”. Las estadísticas del Partido parecían confirmar que las pérdidas de grano disminuían, y el experimento era presentado como una victoria de la voluntad humana sobre las fuerzas naturales. De nuevo una visión reduccionista, que traería consecuencias devastadoras.
Pero la realidad es terca, y pronto se impuso con violencia. Al eliminar a los gorriones —que no solo se alimentan de granos, sino también de insectos—, se desató una verdadera plaga de langostas, orugas y saltamontes. Sin sus principales depredadores naturales, las poblaciones de insectos se dispararon, arrasando los cultivos con más eficacia que cualquier ave. El remedio, en lugar de salvar las cosechas, había sembrado la semilla de una catástrofe.
El precio de la ignorancia ecológica
Entre 1959 y 1961, China sufrió la peor hambruna del siglo XX. Las cifras estremecen: entre 20 y 45 millones de personas murieron como consecuencia directa de la escasez de alimentos. Comunas enteras quedaron devastadas. Las tierras de cultivo, ya maltratadas por prácticas agrícolas erradas e improvisadas en nombre de la eficiencia comunista, no lograban producir lo suficiente. En muchas regiones, los habitantes recurrieron a la corteza de los árboles, al barro cocido o incluso al canibalismo.
La desaparición del gorrión fue solo uno de los muchos factores, pero simboliza con claridad el pensamiento simplista y autoritario que guio aquellas políticas. El ecosistema, complejo y lleno de interacciones complejas, fue tratado como una máquina que se podía ajustar con una palanca. Bastaba con eliminar a un “enemigo del pueblo” alado para que la producción aumentara. Pero los ecosistemas no entienden de eslóganes, y el resultado fue un colapso que el propio Mao reconocería demasiado tarde.
Cuando la ciencia habla y el poder escucha (a medias)
En 1960, el ornitólogo chino Tso-Hsin Cheng presentó al gobierno una serie de datos reveladores: los gorriones, lejos de ser una amenaza absoluta, eran esenciales para el equilibrio del ecosistema agrícola. Eliminarlos solo había favorecido la proliferación de plagas aún más dañinas. Mao, al parecer convencido por estos argumentos, decidió frenar la campaña contra los gorriones. Los sustituyó por chinches en la lista de “plagas” a exterminar. Incluso se importaron aves desde la Unión Soviética para repoblar algunas regiones. Pero el daño ya estaba hecho. La catástrofe ecológica había desatado una crisis humana. Y, más allá de las consecuencias agrícolas, esta historia dejó al descubierto algo aún más preocupante: cómo una visión reduccionista del mundo natural, combinada con un poder político absoluto, puede derivar en desastres de proporciones inmensas.
Conclusión: la fragilidad de la arrogancia humana
La campaña contra los gorriones no fue solo un error de cálculo. Fue el reflejo de una actitud que sigue vigente en muchos rincones del mundo: la creencia de que la naturaleza puede ser sometida sin consecuencias, de que los sistemas vivos pueden rediseñarse desde un despacho, de que basta con una orden para cambiar la realidad. Pero la historia tiene sus propios mecanismos de justicia. El silencio de los gorriones fue seguido por el zumbido de las langostas, y el hambre de los campos no tardó en llegar a las puertas de las ciudades. Lo que comenzó como una campaña ecológica se transformó en una tragedia nacional. Y aún hoy, en tiempos de crisis climática y pérdida de biodiversidad, la historia del gorrión chino debería servirnos como advertencia.
Cuando se actúa contra la naturaleza sin comprenderla, no solo se pierden especies. Se pierde el equilibrio, se pierde el sustento… y, finalmente, se pierde la vida.
Bibliografía académica
Shapiro, Judith (2001) Mao's War Against Nature: Politics and the Environment in Revolutionary China. Cambridge University Press.
Dikötter, Frank (2010) Mao's Great Famine: The History of China's Most Devastating Catastrophe, 1958–1962. Walker & Company.
Smil, Vaclav (1999) China’s Environmental Crisis: An Inquiry into the Limits of National Development. M. E. Sharpe.
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