24 de enero de 2020

Sobre las cámaras de sensor micro cuatro tercios

Por desgracia, en el mundo de la fotografía hay una cierta obsesión por la tecnología y mucha gente se olvida de lo importante que son las fotos. Para mi, las mejores cámaras son las que ya tienen un cierto tiempo, incluso con un cierto desfase tecnológico, me explicaré. Un sensor electrónico no deja de ser como un trozo de película de las de antes, lo que ocurre es que el carrete no corre, y siempre se queda fijo el mismo "trozo" de película. Bueno, lo anterior es una forma humorística de hablar. Antes una cámara de 35 mm era algo relativamente asequible, si hoy queremos un sensor con el mismo tamaño de 35mm (lo que se denomina "full frame") hay que dejarse un presupuesto. Pero, ¿son mejores los sensores más grandes? ¿o no?. En el fondo depende de lo que quieras hacer con la cámara, y la importancia que le des a la calidad "técnica" frente a la calidad artística. Otra de las obsesiones es el número de magapíxeles del sensor, "cuantos más mejor". Pero la realidad es que a igualdad de tamaño de sensor (y el resto de factores de la cámara se mantienen igual) con menos megapíxels mejor calidad, ya que el tamaño del pixel es mayor y esto hace que la célula sensible a la luz -que es cada uno de los pixels- "recoja" mejor la luz que entra por el objetivo.

Hace unos 12 años se sacaron al mercado cámaras denominadas de micro cuatro tercios, es decir con un sensor la mitad de tamaño que un sensor "full frame". Esto reducía el tamaño de la cámara respecto a las réflex (en un sensor más pequeño se puede poner el objetivo más cerca del sensor) y además sin espejo (el mecanismo que permitía tener un visor óptico) lo que reduce aún más el tamaño de la cámara. Con esto se consiguen cámaras pequeñas con una calidad bastante buena. El secreto de estas cámaras: tener un sensor pequeño sin demasiados megapíxeles, eso asegura buena calidad de imagen con un ruido relativamente contenido. Las imágenes del post están hechas con una micro cuatro tercios (Panasonic Lumix DMC-GM1) y muestran otra micro cuarto tercios (Olympus PEN-PL3).





5 de enero de 2020

El caso del Embalse del Porma (León), pero podría ser cualquier otro....

El otro día visité el embalse del Porma, en la provincia de León. Cuando se encuentra cercano al 100% de su capacidad las vistas de la montaña leonesa son espectaculares, con el reflejo del Pico Susarón sobre las aguas del embalse, y si el año ha sido de nieve mejor aún. Si nos retrotraemos unas décadas en el tiempo, este valle estaba vivo. Con vivo quiero decir que tenía pueblos, pueblos con sus prados, sus costumbres, sus tradiciones, su río también vivo -es decir que fluía que no estaba quieto- y todas aquellas cosas -tanto buenas como malas- asociadas al mundo rural. Pero la suerte de estos pueblos -Vegamián, Campillo, Ferreras, Quintanilla, Armada, Lodares, Utrero y Camposolillo- cambió tras una decisión nefasta para ellos: la construcción del embalse del Porma, que tras la muerte de su constructor en 1994 se pasó a denominar oficialmente Embalse de Juan Benet. Este ingeniero y escritor diseñó y llevó a cabo la obra que permitió en 1968 cerrar un embalse con capacidad para unos 300 hm3 de agua y para regar unas 45.000 hectáreas. Esto supuso el desarrollo de territorios situados más al sur, pero también supuso la muerte de otros, exactamente igual que el ciclo de la vida. Otros pueblos resistieron -como fue el caso de Rucayo y Valdehuesa- pero con heridas muy graves, ya que quedaron mal comunicados a través de caminos que la Confederación de turno ni siquiera se dignó a asfaltar. Curiosamente, Juan Benet dedicó parte del tiempo que permaneció a pie de obra a escribir, y en sus novelas creó territorios ficticios inspirados en los mismo valles que inundó, curiosa paradoja...….